Los consejos que aquí se dan corresponden a la “Guía del Procesionista” publicada en el año 1997 y editada en su 2ª edición por la Junta de Cofradías de Semana Santa y por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Cartagena, cuyos autores son Juan Pérez-Campos López y Sergio Pérez-Campos Martinez.
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EL CAPUZ
Ya entrando en la materia que nos ocupa, hemos de decir que debemos prever los posibles defectos en el almacén, acudiendo a recoger nuestro vestuario provistos del pirulí para realizar una primera prueba y procurarnos la tela más adecuada.
Huelga señalar que la prevención es preferible a tener que recurrir a soluciones “chapuceras” que, sin embargo. resulta conveniente conocer.
La prueba del capuz se realizará preferentemente con la “boina” del pirulí en la posición que vayamos a usarla en procesión, ya que, de esta posición dependen, en parte, la altura de los agujeros.
La boina es un elemento de mucha utilidad pues si se deja recaer excesivamente el pirulí sobre la cabeza, éste puede apretarnos llegando a dificultar la circulación sanguínea, siendo causa de frecuentes lipotimias y jaqueca.
DEFECTOS YSUS POSIBLES ENMIENDAS
Si la teLa del capuz es más grande de lo debido, al probarnos éste, los agujeros quedarán por debajo de los ojos y la forma incorrecta de solucionar el problema de la visibilidad sería inclinar hacia atrás el capuz, produciendo el horrible efecto que denominamos “bruja”.
La solución correcta a este defecto sería la de añadir discretos suplementos de cartón a la punta del pirulí de modo que la tela subiera hasta una posición correcta.
Si al contrario, la tela es corta o escasa, agujeros quedarán altos, siendo su incorrecta solución la de inclinar el capuz hacia adelante, provocando un efecto al que podemos llamar del “unicornio”, tan antiestético o más que el anteriormente expuesto. En este caso podemos recurrir al moderado recorte de la punta del pirulí con el fin de que la tela baje más, al tiempo que procuraremos estIrarla al máximo posible.
En ambos casos, las soluciones dadas son sólo aplicables para pequeños defectos, pues si éstos son de gran magnitud, no tendremos otro remedio que sustituir la tela.
En cualquier caso, sería conveniente considerar, cuando se proceda a la confección de nuevos capuces, que resultan más complicados de solucionar los defectos ocasionados por la escasez de las telas. Diríamos, resumiendo, que en estos casos, valdrá más pecar por exceso que por defecto.
ELUSO CORRECTO
Una vez comprobada la idoneidad del capuz, y tras su planchado, es conveniente fijar la tela dei capuz a la del pirulí por medio de imperdibles, comprobando el correcto emplazamiento de la tela, es decir, con los agu jeros en la parte opuesta a la costura del pirulí, y bien centrados para facilitar el posterior ama rre de las cintas.
Si conocemos el puesto que vamos a ocupar en el tercio, es igualmente conveniente, antes de fijar la tela, girar esta ligeramente hacia el lado opuesto a la fila que se ocupa. lo que, una vez en procesión, nos facilitará la alineación con el compañero de la fila contraria.
En los momentos previos al desfile tendremos por norma ponernos el capuz cuando se nos ordene. pues hay que seguir el criterio de retardar al máximo este acto.
El motivo no es otro que el de evitar un calor innecesario que puede producir una fatiga adicional a la propia del desfile. Este calor en lugares cerrados como la Iglesia, es mucho más intenso que en ía calle. Si se portar capa- ces especialmente espejos como, por ejemplo los de terciopelo, esta precaución deberá extremarse.
No debemos caer, sin embargo, en las prisas por deshacernos del capuz durante la recogida. Resulta muy feo ver penitentes que lo hacen apenas cruzado el umbral de la iglesia. siendo esto, por desgracia, demasiado frecuente. Después de varias horas de esfuerzo, no creemos que unos metros más supongan un sacrificio insuperable.
Finalizaremos este capítulo aconsejando efectuar el amarre de las cintas manteniendo la boca abierta mientras se aprietas éstas, evitando con ello que nos aprieten en exceso, y quedando, como comprobaremos, perfectamente amarradas.
EL PASO
El paso es un elemento, tan absolutamente esencial en el desfile, que, de las diferentes formas de concebirlo. han surgido rivalidades que han pervivido durante décadas.
Difícil es, por tanto, enunciar unos principios que puedan ser asumidos por una mayoría de procesionistas.
Mientras un paso largo y natural han distinguido a determinadas agrupaciones, otros han optado tradicionalmente por un paso corto, que incluso han llegado a enlentecer mediante un ritmo lento de tambores.
Sin embargo, a pesar de la aparente subjetividad del tema, éste encierra cuestiones que han de aceptarse como dogmas por el penitente, sea cual sea la longitud de paso habitual en su agrupación y su mayor o menor naturalidad. Punto elemental es que el pie izquierdo siempre avanzara al redoble del tambor, y el derecho, al doble. A pesar de la sencillez de esta afirmación, se puede ver a penitentes en procesión que parecen irreconciliablemente reñidos con el tambor. También hay penitentes que no consideran importante este punto, opinión a nuestro juicio aberrante, y a la que damos respuesta en el capítulo dedicado al sudarista.
En cuanto a la perdida del paso, debemos decir que la forma más sencilla y discreta de recuperarlo consiste en dar dos pasos seguidos con el mismo pie, haciéndolo con naturalidad y evitando que los nervios hagan el fallo más patente. La experiencia en estos casos, representa un grado.
También es elemental. pero hay que decirlo, que el hachote se apoya cada dos pasos, o sea, siempre con el mismo pie, y que éste sea el derecho o el izquierdo dependerá del tercio en el que se desfile. Esto también parece obvio, pero nos viene a la memoria lo sucedido un Sábado Santo, hace ya bastantes años. Un penitente debutante, aun sin salir de la Iglesia, inventó una nueva forma de andar con el hachote, consistente en picar éste con ambos pies, creando un estilo que, bien mirado, resulta complicado de ejecutar, y que no tardó en ser denominado, en atención a la figura que componía el penitente, estilo «pantera rosa». Afortunadamente para el tercio, un avispado vara capturó al “innovador” antes de que diese a conocer su invento al público cartagenero. Ignoramos si, en la historia de las procesiones, alguien habrá realizado un desfile tan breve.
Cabe añadir, por lo que respecta al paso, que salvando los diferentes conceptos sobre el mismo, se puede señalar como idónea la naturalidad en la ejecución del mismo.
El paso del penitente se asemeja al de un hombre que “pasee” con bastón, en este caso un hachote.
Los movimientos son suaves, acompasados, reñidos con un exceso de rigidez o automatismo. Caminando así proporcionaremos el hermoso espectáculo del balanceo simultáneo de esa preciosa prenda que es la capa.
Durante muchos años hemos admirado la ejemplar elegancia de un penitente sampedrista que portaba la cruz invertida, con un paso que consideramos modélico.
Un tercio de penitentes en nuestra Semana Santa es, esencialmente, un grupo de capirotes que caminan en orden, elegante y sincronizadamente.
EL HACHOTE
Como indicábamos al hablar del paso, el hachote se maneja de forma similar a un bastón. Los hachotes son en Cartagena un elemento artístico de primer orden. pequeñas obras de arte que se exhiben por las calles y cuya belleza se realza con el andar majestuoso del penitente.
Diversos aspectos en su manejo influyen dicectamente en la mejora del desfile en la forma que veremos.
El agarre – Conviene, por razones de estética y de comodidad, unificar criterios a este respecto.
A efectos estéticos. porque es más lucida una hilera donde todas las manos cogen el hachote a una altura parecida.
Por comodidad, porque en un deteminado ángulo del brazo se trabaja de forma menos propicia a la sobrecarga de éste. Esta posición sería la de mantener el brazo formando un ángulo recto con el antebrazo, aproximadamente. Las diferentes estaturas de los penitentes darían, lógicamente, lugar a una diferente colocación de las manos, pero esta diferencia sería gradual, como las estaturas de una hilera, por lo que no sería antiestético. Por otra parte, el codo del penitente se situará ligeramente separado del cuerpo.
Cabeceo -El apoyo del hachote con un pie y su posterior inclinación al siguiente paso dan Iugar al movimiento cadencioso que, ejecutado sincronizadamenie por todo el tercio. proporciona el más elocuente espectáculo de orden de las pro- cesiones.
La importancia de ejecutar correctamente el movimiento del hachote es mucho mayor de lo que, por rutina, hemos llegado a creer. Cada tercio debe aspirar a unificar criterios para que se de la homogeneidad necesaria en los movimientos de sus penitentes.
Podemos señalar como fundamento básico que, inclinar excesivamente el hachote da un aspecto exagerado al paso. a la vez que supone una dificultad para el penitente, que requerirá un mayor esfuerzo para alzarlo nuevamente. Por norma. aunque llevemos un hachote ligero, evitaremos las exageraciones.
El apoyo – Al igual que el cabeceo, el apoyo del hachote en el suelo debe ser suave, evitando brusquedades y rigideces. No hay que olvidar que la marcialidad de nuestros desfiles no es de índole castrense.
El juego de muñeca – Para lograr la armonía de los movimientos ya expuestos, es fundamental comprender que el hachole ha de ser «jugado» o movido a base de movimiento de muñeca.
El brazo no debe acompañar al hachote describiendo un movimiento circular semejante al de la máquina de tren. Con este movimiento el hachote se desplaza sin ser cabeceado, manteniéndose siempre vertical y produciendo un efecto antiestético.
Este movimiento es frecuente en tercios infantiles, siendo en estos casos comprensible, pues los niños suelen confundir la marcialidad con movimientos mecánicos.
ARRANCADAS, PARADAS Y ESTÁTICA
La sincronización en las arrancadas y las paradas de los penitentes es un fundamento esencial del orden de nuestros desfiles. Medio imprescindible para lograrla son las señales del sudario, que son muy diversas, pues se adaptan a las preferencias de cada agrupación y a determinados condicionamientos técnicos.
A pesar de esta diversidad de señales podemos indicar que es un principio de aplicación general que las arrancadas y paradas se efectúan siempre con el pie izquierdo, coincidiendo, lógicamente, con el redoble del tambor.
En los tercios que “pican” o apoyan el hachote con el pie izquierdo esto supone una pequeña dificultad: la de arrancar debiendo alzar el hachote en el primer paso para apoyarlo, lo que, partiendo de una posición estática, ocasiona un movimiento sensiblemente brusco por parte del penitente. Se puede recurrir a una salida con inclinación o “cabeceo” del hachote durante los dos primeros pasos, solución que, por supuesto, no sugerimos para iniciativas individuales, sino para la general del tercio.
Los que apoyan el hachote en el derecho no tienen problema alguno, y arrancan cabeceando el hachote con el primer paso para apoyarlo seguidamente en el segundo.
En cuanto a las paradas, a los que pican en el izquierdo les basta, al cerrar con dicho pie, con lanzar el hachote hasta la mitad de su recorrido, quedando completamente vertical posición de descanso.
El cierre, en el caso contrario, se realizará cabeceando el hachote sólo durante Ia mitad de su recorrido. quedando igualmente vertical para el descanso.
La correcta ejecución de arrancadas y paradas dan una buena medida de la disciplina y adiestramiento de un tercio. Para lograr la perfecta sincronización observaremos una serie de preceptos que enumeramos a continuación.
1 .-Todo penitente debe conocer perfectamente, sin albergar la menor duda, las señales que, a estos efectos, tiene estipuladas su tercio.
2.- El mejor medio para prevenir los erro res es prestar la máxima atención en todo momento. Cuando se sale a desfilar hay que olvidarse del público, los amigos, etc.. poniendo los cinco sentidos al servicio del desfile.
3.- Existen casos de especial dificultad en los que no resulta sencillo percatarse de las señales del sudario. Por un lado podemos hablar de los últimos penitentes de cada fila. Ateniéndonos a los fundamentos de la alineación, materia de otro capítulo, a partir de cierta altura del tercio, el sudario es apenas visible. Si solucionáramos el problema “metiéndonos” provocaríamos, con toda probabilidad, un “embudo”, siendo peor el remedio que la enfermedad.
Los recursos válidos en estos casos serían:
I.- Fijar especial atención a la cruceta del sudario, generalmente visible sin necesidad de alinearse incorrectamente, pues viendo ésta nos percataremos de las señales efectuadas por el estandarte.
II.- Percepción del “movimiento previo”. Cuando tenemos una pésima o nula visibilidad del sudario. podemos recurrir a un detalle que sí resulta fácilmente detectable. En la quietud de un tercio parado se detecta, en ocasiones un movimiento, soIo perceptible desde dentro del tercio, que efectúan los penitentes que sí gozan de una buena visibilidad cuando la proximidad de la arrancada es inminente. Consiste en una cierta “tensión”, pues se abandona la relajación para incrementar la atención. Este “movimiento previo” se realiza de forma inconsciente y no presenta inconveniente, pues no es fácil detectarlo desde fuera. Lo conoce y detecta quien está en el tercio.
III.- Por último, e independientemente de que usemos los recursos anteriores, debemos reiterar que la mejor prevención de los errores consiste en extremar la atención, en “no bajar la guardia” aunque nos parezca molesto y fatigoso.
Existen formas para corregir discretamente los errores, aunque sería más propio decir que son trucos para disimular las meteduras de pata.
Cuando se arranca o se para mal, casi siempre por negligencia, por falta de la atención debida, la única solución airosa que le queda al penitente es intentar que su error no se note y esto, en cierta medida, se puede lograr. La experiencia y la serenidad son muy importantes en este punto. El capirote que se equivoca y se deja llevar por los nervios termina por agravar su error y, en su aturullamiento, lo hace más notorio.
En las arrancadas, el truco consiste en salir con un paso de retraso con toda naturalidad. Esto es, al salir con un compás de retraso arrancaríamos con el pie derecho lanzado directamente al hachote hacia adelante, si nuestro pecio pica con dicho pie, y cabeceando el hachote si el tercio pica con el pie izquierdo. Si se hace sin titubeos, con serenidad, el fallo será prácticamente imperceptible.
Cuando el error se produce al parar, es igualmente fácil de disimular si se conserva la calma. En este caso bastará con un paso de retraso con la misma naturalidad.
Si picamos con el pie izquierdo, ese paso “extra” del pie derecho nos hará cabecear el hachote hasta la mitad de su recorrido, o sea, hasta quedar en la posición vertical preceptiva de las paradas.
Si el pie derecho es el que lanza o pica el hachote, como el paso de más se da con este pie, lanzaremos el hachote solo hasta la posición vertical, quedando parados.
Estas soluciones sólo son de utilidad sí somos capaces de ejecutarlas con serenidad y si el despiste no rebasa el límite de un paso. Si el penitente está, como dice la expresión popular, “en la luna de Valencia”, y su error pasa ese límite, será inútil disimular.
LA ESTÁTICA
Es éste un aspecto bastante indicativo de la disciplina de un tercio.
Sin llegar a posiciones reñidas con la quietud, que será absoluta, cuando estemos parados debemos hacerlo sin rigidez, de un modo natural, relajándonos. No se está más quieto por estar más tenso y rígido, y el exceso de tensión y rigidez durante las paradas puede producir una enorme fatiga al penitente.
Así pues, actuando correctamente en las paradas, veremos que es perfectamente compatible absoluta quietud y la debida atención, con una actitud relajada exenta de tensiones innecesarias.
Aunque parezca innecesario hay que recordar que durante la posición estática, así como desfilando, el penitente evitará gestos, saludos y otros actos de indisciplina, tratando ser un modelo de austeridad.
ALINEACIONES
El mantenimiento de una correcta alineación, tanto con los precedentes en la fila como con el compañero de la otra, con el que debemos emparejamos, es una exigencia constante para el penitente a lo largo de todo el desfile.
Para ]os trazos rectos veremos siempre dos capirotes: uno entero (el que nos precede) y el otro en unas zonas invariables (el anterior al que nos precede). Manteniendo la visión de estas zonas invariables conoceremos que nuestra alineación es la correcta.
En ciertas variaciones, el tercio pasa a ser de dos segmentos rectilíneos, y al llegar al punto de la variación la alineación no será tan rigurosa, pues, sin llegar a ser anárquica, podemos decir que será facultativa, utilizando la visión de la línea de carrera, la baldosa u otra forma de orientación. Debemos tener en cuenta que si un penitente gira en una variación, si lo cubrimos como en las rectas, haremos un embudo. Lo expuesto en este párrafo será de aplicación en cualquier tipo de variaciones, ya sea al trazar los ya mencionados segmentos rectilíneos, como el cambiar de una calle a otra en giros de noventa grados.
EL CALIBRE
El calibre o anchura del tercio puede, en ocasiones, estar condicionado por las diferentes anchuras de las calles por las que se desfila.
A efectos de evitación de los problemas que implican los cambios de calibre, la tendencia general será la de optar por una anchura más bien pequeña, que se adaptará mejor a los posibles cambios. Otra ventaja, será que, como sucede con todas las apreciaciones susceptibles de error, sobre menor distancia, el error será potencialmente menor.
En la fijación del calibre, el papel primordial será de los punteros, desde la salida del desfile y en todas ]as posibles variaciones que se produzcan durante el mismo.
Una, más que válida, referencia para los punteros en el objetivo de fijar un calibre más o menos permanente, es la que le aportan los borlas. La posición del hombro interior del puntero. coincidente con el exterior de los borlas, da lugar a un calibre muy apropiado para la mayor parte del recorrido, además de servir para que los penitentes del sudario queden perfectamente centrados con respecto a las hileras de alumbrantes. Resulta innecesario añadir que el mantenimiento del mismo calibre, desde el primer al último penitente, implica la perfecta alineación entre ambas hi- leras en un sentido lateral.
En cuanto a la posibilidad de cambio de calibre del tercio al pasar de una calle a otra, éste se efectuará al variar en la esquina, debiendo entrar el tercio ya cambiado.
ALINEACIÓNLONGITUDINALYEMPAREJAMIENTO
De poco serviría el logro del perfecto paralelismo de nuestras filas si éstas no mantuvieran una absoluta igualdad en su longitud. Cuando en un tercio una fila es más larga que otra de las calles por las que se desfila. Cuando en un tercio una fila es más larga que otra, hablamos de la llamada “cojera”, fenómeno que abunda fundamentalmente en las salidas de los giros y más escasamente en las rectas, y que suele dar la medida de un desfile en general muy pobre, pues en uno de los defectos más sencillos de evitar.
Diremos qué, a efectos de emparejamiento de cada penitente con su compañero de la fila contraria, la fila que servirá como guía en los tramos rectos será la izquierda, siendo esto así porque en los giros será guía la fila exterior o de mayor recorrido, y en la mayoría de estos la fila exterior es la izquierda por abundar más los giros hacia la derecha.
En los menos abundantes giros hacia la izquierda, la fila exterior es lógicamente la derecha, que solo en estos casos servirá de guía a la otra.
La causa de que sea la fila exterior la que se guíe en los giros, es muy simple ya que la fila que hace el recorrido más corto o interior, debe hacer el fuelle y esperar al compañero de la exterior que tiene a su cargo, un recorrido bastante mayor. Llamamos fuelle al encogimiento que se produce en la fila interior con el objetivo de mantener en todo momento emparejados a los penitentes de ambas hileras, a pesar de que estas realizan recorridos de diferente longitud al trazar un giro del hecho de que la fila derecha se guíe por la fila izquierda, es decir, que sean los penitentes de la primera los que estén pendientes de emparejamiento con su compañero respectivo, a excepción de los giros hacia la izquierda, deducimos que la fila izquierda es la que mantiene durante la mayor parte de la procesión la distancia entre penitentes en sentido longitudinal, mientras que la fila derecha mantendrá esta distancia de una forma un tanto indirecta, pues se la proporcionará el compañero de fila izquierda con quien deba ir emparejado.
Para la fijación de distancias en sentido longitudinal los criterios pueden ser variables pero debemos recordar que, al igual que sucedía con el calibre, las distancias menores reducen el potencial error por lo que resultan más aconsejables. En todo caso en cada tercio serán sus responsables quiénes harán las indicaciones que estimen pertinentes a este respecto, de acuerdo con los criterios imperantes en la agrupación.
La distancia de los punteros con respecto al sudario será permanentemente marcada por el puntero de la fila guía, y tendrá también en consideración la relación directa que hay entre la magnitud de la distancias y de los errores, con el fin de evitar que esta distancia sufra continuas variaciones a lo largo del desfile.
Es importante reseñar, que en materia de alineaciones, el penitente debe tomar más que nunca la iniciativa particular para los casos en que se produzcan fallos, ignorando los trazados de los penitentes que le preceden en el caso de que estos hayan ejecutado mal un viraje, o simplemente no sean capaces de alinearse correctamente, incluso en las rectas. En estos casos, lo más discretamente posible, intentará corregir el error de quienes le precede, pues los embudos y bolsas son errores de alineación colectivos evitables, a veces, con el acierto y oportunismo de un penitente.
Podemos concluir con todo lo dicho que, embudos, bolsas y “cojeras” son defectos de alineación que se pueden evitar si nos esforzamos en mantener la alineación correcta con nuestra fila y el emparejamiento constante con el compañero de la contraria. Un buen nivel en este aspecto del desfile es algo a lo que debe aspirar todo el tercio que se precie, ya que, el concepto de alineación es fácilmente perceptible por todo el que ve una profesión.
No hace falta entender mucho de desfiles para captar errores en las alineaciones y formarse una negativa imagen del tercio que los comete.
TRAZADOS
Mantener una correcta alineación, es decir, el perfecto paralelismo de las dos hileras del tercio, es objetivo fundamental durante el desfile que se ve dificultado en gran medida en las calles de trazado sinuoso o irregular y en los giros. En este capítulo vamos a ocuparnos de las primeras, ya que los giros nos ocuparán capítulo aparte.
Muchas agrupaciones consiguen un alto nivel de precisión desfilando en línea recta, pero son muy pocas las que “revalidan” esta nota al enfrentarse con trazados irregulares, que por otra parte, son frecuentes en las calles del casco antiguo de la ciudad, por las cuales discurren nuestras procesiones.
Personalmente considero este uno de los capítulos más importantes de este manual, y debemos suponer que muchos estarán de acuerdo con nosotros a este respecto, si se nos admite como prueba irrefutable la gran aglomeración de procesionistas que se produce, año tras año, en la calle Jara, donde acuden cofrades de todas las agrupaciones atraídos sin duda por una cierta dosis de morbosa curiosidad, maliciosa y, por otra parte, muy humana esperanza de ver a los rivales meter la pata estrepitosamente, pobre consuelo en ocasiones, de quien, con frecuencia, yerra igualmente al enfrentarse con el problemático trazado.
La calle Jara es el más conocido ejemplo de lo que exponemos en el presente capítulo, aunque no es más que una de las muchas dificultades que se pueden presentar a lo largo de la carrera.
A la calle Jara, eso sí, hay que reconocerle por ser tradicional foco de atención Procesionil, la categoría oficiosa de examen de los tercios.
Supongamos que uno de estos tercios cuaja una gran actuación durante toda la procesión: si llega a la calle Jara y la ejecuta defectuosamente, lo cual hay que decirlo, es frecuente, se verá frustrado el sobresaliente “cum laude” y la satisfacción por el desfile quedará incompleta.
Probablemente a estas alturas comenzará a preguntarse el lector, si le vamos a dar aquí la fórmula de la correcta ejecución del trazado de la calle Jara.
Aunque muchos procesionistas creen que es fácil, la ley de la calle con los resultados a la vista, demuestra que no todos dan con dicha fórmula, y que, en todo caso, son pocos los que saben ponerla en práctica.
No es intención nuestra, en este capítulo, exponer tal fórmula, sino unas prescripciones técnicas genéricas sobre los trazados que, asimiladas por el lector, le den la clave para deducirla personalmente.
Por otra parte, el penitente debe aprender a solucionar los problemas que la calle le plantee, sin pretender que se le den soluciones prefabricadas, pues la procesión le demostrará con frecuencia, que los problemas imprevistos no son inusuales.
LA RESPONSABILIDAD DE LOS TRAZADOS
El trazado es, desde nuestro punto de vista, el diseño del recorrido idóneo para que un tercio pueda ejecutar el desfile por una determinada calle sin descomponer su alineación y evitando los defectos en la misma.
El trazado es, consecuentemente, una labor sencilla en calles rectas y en giros regulares.
Las dificultades surgen en las calles sinuosas e irregulares y, en muchos casos, cuando la irregularidad la presenta la distribución del público, hecho que sucede cuando éste no se ajusta a los límites de la calzada y que también se da con frecuencia.
Todo ello sin olvidar que, en ocasiones, podemos ser sorprendidos con obstáculos imprevistos en la calzada, que también serán tenidos en cuenta al trazar la calle.
El sudarista es el trazador por excelencia. Además de él, los punteros, primeros trazadores en el tercio, tienen una importancia máxima en el éxito del mismo.
La razón resulta evidente. El primer penitente que hace el recorrido es el sudarista, que al tiempo que desfila, debe ir estudiando la calle y el trazado ideal de la misma, pues él será referencia de los punteros, y por ende, del tercio.
Antes de recorrer una calle, la trazada ha de estar clara en la mente del sudarista, y los punteros deben prestar su toda su atención para detectar los puntos exactos donde se produzcan las variaciones de este.
Cuando todos los penitentes varían en el mismo sitio la variación se ha realizado correctamente.
COMO TRAZAR LAS CALLES “CONFLICTIVAS”
Muchas calles, por su conformación, propician la aparición de bolsas, embudos y otras lacras temidas por las agrupaciones. Éstos defectos, no quedan necesariamente evitados por una trazada correcta de sudaristas y punteros, ya que hay que contar con que el resto de alumbrantes sean capaces de ceñirse escrupulosamente a ésta.
El sudarista debe evitar, en primer lugar, realizar trazados ambiguos, corrientes en las calles, cuyas variaciones no tienen un emplazamiento muy correcto.
Podemos considerar ejemplos de estas las Puertas de Murcia, Jara, o las transiciones de Parque a Serreta y de Duque a San Francisco, aunque no son, ni mucho menos, las únicas en presentar dificultades.
Para dejar bien claro el trazado de estas calles, el sudarista debe transmitir a los punteros cuáles son los puntos precisos de sus variaciones, con el fin de que todo el tercio varíe exactamente en el mismo lugar.
El modo más sencillo de señalar estos puntos consiste en marcarlo dando dos o tres pasos ostensiblemente cortos sobre ese punto, al que podemos considerar como eje de la variación. De este modo facilitaremos a los punteros, con total exactitud, el emplazamiento de dicho eje.
A esta acción solemos denominarla “marcar la variación”
IGNORANCIA DE LÍMITES
Una consideración muy a tener en cuenta es que, en muchas calles, el trazado idóneo para el tercio no se corresponde con los límites que impone la calzada o la situación del público.
En estos casos, debemos considerar con indiferencia el hecho de que una hilera no marche paralela a las aceras o al público. Si en una calle las aceras no son paralelas, es imposible que la alineación del tercio sea correcta si ambas hileras guardan paralelismo con sus aceras respectivas. Por ello afirmamos que los límites de la calle no serán determinantes en los trazados.
Menos aún, el público. Este ocupa, en algunos sitios, amplios espacios de la calzada, creando un contorno irregular y en continua mutación, por lo que, tomarlo como referencia puede inducir a numerosos errores. Un tercio puede ir perfectamente centrado y tener muchos más cercano al público por un lado que por el otro, creándose la sensación de que va ladeado.
Pero hay ocasiones en que hay que ignorar incluso el centro de la calle.Si en la glorieta de San Francisco, tomamos dirección hacia Arco de la Caridad por el centro de la calzada, tendríamos que serpentear al llegar a esta última, dando lugar a una solución antiestética. Lo lógico, en este caso, será marchar completamente escorado a la izquierda ignorando el centro.
TRAZADOS MÁS COMUNES Y SU PROBLEMÁTICA
Se efectúen en uno o en varios tramos, consideramos tres clases de trazados: rectilíneos, curvos y mixtos.
Los rectilíneos, como resulta fácilmente deducible por su denominación, se efectúan mediante uno o varios tramos rectos. La tendencia general será la de utilizar este modo de trazar, siempre que en la calle lo permita, pues es claramente el más sencillo.
Los trazados curvos presentan mayores dificultades. Si se traza un arco de corto recorrido, y con un ángulo muy cerrado, la dificultad será mínima. El problema es más arduo de resolver airosamente cuanto más abierto es el ángulo del arco que pretendemos trazar. La amplitud de una variación la hace mucho más ambigua, pues no existe un punto concreto de variación. Existen calles donde el público suele colocarse en forma que “invita” a trazar arcos de gran amplitud, y que sin embargo, puede tratarse a base de tramos rectos. Ejemplo de esta circunstancia puede ser la transición de la calle Mayor a la calle del Aire, en la recogida de la procesión del Encuentro. Es obvio que, si seguimos los criterios ya expuestos, optaremos por los trazados rectilíneos.
En cuanto al arco del ángulo cerrado, como puede ser la transición Jara-Aire, no suele presentar opciones, pero esto se compensa por la sencillez de su ejecución.
Los trazados mixtos implican la existencia de, al menos, dos tramos, rectos y curvos, aunque pueden ser más. La calle Jara puede presentar un trazado mixto. En este tipo de trazado el nivel de dificultad vendrá determinado, como es fácil deducir, por el ángulo que describa el arco del tramo curvo.
En conclusión, es cuando se abandonan las rectas cuando los tercios demuestran verdaderamente su pericia. La responsabilidad de salir airosos de las dificultades que encontremos, es de todos sin excepción, pues si es básica la correcta actuación del sudarista y punteros, ésta no serviría de nada si el resto de penitentes no asimila con precisión los trazados.
Estimamos, en conclusión, que todo penitente debe comprender el concepto del trazado.
Los fracasos estrepitosos tan habituales en estas calles conflictivas, se evitarán en gran medida, cuando los todos los integrantes de cada tercio comprendan la importancia que tiene un trazado correcto.
GIROS Y VARIACIONES
La belleza de un tercio que ejecuta correctamente una línea recta, puede irse al traste si al realizar un giro o una variación, lo hace defectuosamente. En el capítulo dedicado a los trazados hacemos referencia a giros y variaciones, pero referidos a la necesidad de que de ellos tenemos al perfilar un trazado. En el presente capítulo lo hacemos centrándonos en la forma de ejecutarlos y diferenciando unos de otros.
Por variaciones entendemos ligeros cambios de trayectoria, que suelen venir dados por la irregularidad de una calle determinada. Estas variaciones, como veíamos, se marcaban con dos o tres pasos cortos en un punto concreto de variación, cuya detección por el penitente no suele presentar grandes dificultades.
Cuando hablamos de giros o virajes, entendemos un cambio de trayectoria relativamente importante, que generalmente, se efectúa trazando un arco o línea curva que implica, lógicamente, mayores dificultades. Los viajes más corrientes son de 90°, es decir, en ángulo recto. En los giros, los punteros observan el punto en el que el sudarista comienza a trazar su arco, y donde finaliza dicho arco al terminar el giro. Al llegar a ese punto preciso, ambos punteros inician el trazado de los arcos de sus respectivas filas; un arco de corto recorrido para la fila interior, y un arco de mayor recorrido y, consiguientemente mayor complicación, para la fila exterior.
Hablaremos de giros a la derecha o giros a la izquierda. En los primeros, será la fila derecha la que efectúe el fuelle, encogimiento natural para el mantenimiento constante del emparejamiento, esperando al compañero de la fila izquierda, que traza un recorrido más largo.
En los segundos, obviamente, será la fila izquierda la que efectúe dicho fuelle.
Los penitentes de cada hilera comenzarán a efectuar el giro en el mismo punto en que lo hizo el puntero, e intentarán trazar el mismo arco que este trazó. La alineación durante los giros -la longitudinal, se entiende- será facultativa, como dijimos al hablar de las alineaciones, pues las distancias varían en función del mayor o menor recorrido del arco, según sea exterior o interior. También se tendrá en cuenta que, si cubrimos la alineación como en las rectas, acabaremos metiéndonos, si vamos en la fila interior, y saliéndonos, si vamos en la exterior.
La fila que efectúa el fuelle, por tener un recorrido muy corto, esperará -como ya dijimos- a la fila exterior y no dejará de jugar el hachote a pesar de la cortedad del paso, aunque lógicamente el cabeceo será menos pronunciado.
Se evitarán, por supuesto, los giros bruscos sobre un solo paso al estilo militar, pues estamos hablando del trazado de un arco y se intentará hacerlo suavemente, por muy breve que éste sea.
La correcta ejecución de los giros y las variaciones es un tema que mantiene una estrecha relación con los conceptos de alineaciones y trazados, de modo que resulta imprescindible la asimilación de los tres aspectos para obtener un buen nivel en los mismos.
Esa interdependencia se da entre la mayor parte de los aspectos del desfile, por lo que debemos ponderar su importancia de forma conjunta.
Podemos decir, pues, que el desfile es una materia sin comportamientos estancos.
CONDUCTA EN LA IGLESIA
Es éste un aspecto ético, pero no exento de repercusión en el desfile. No podemos olvidar que si el penitente debe ser siempre voluntarioso, responsable, disciplinado y austero, de la misma forma, y creemos que por más importantes motivos, deberá obrar de la misma manera en la iglesia.
En la calle, el respeto al público y el prestigio de la agrupación, son tenidos muy presentes en el ánimo del penitente.
La iglesia es la casa del Señor, cuya Pasión rememoramos durante toda la Semana Santa, y a quien, en definitiva, ofrecemos nuestro desfile austero y sacrificado. Siendo tan evidente, nos parece que, sin embargo, se olvida con mucha frecuencia, pues no es extraño escuchar vítores y otras manifestaciones, más de autoexaltación que de devoción.
Durante la salida, los miembros del tercio se colocarán en sus puestos ordenada, disciplinada y silenciosamente, ajustando su actuación a las órdenes del Comisario de Iglesia, cofrade responsable de que la salida y recogida de la procesión se efectúe correctamente, en orden y ajustadas a los horarios previstos.
Una vez se indique a los penitentes que ha comenzado el desfile, adoptarán estos una completa quietud, pues consideramos la nave de la iglesia como parte de la carrera.
Durante la recogida, tendremos por norma desfilar en perfecta formación hasta el fondo de la iglesia, que es donde, realmente, termina el desfile. Después de varias horas de esfuerzo, un minuto más de sacrificio no nos parece gran cosa.
En ese momento, especialmente propicio para las ya mencionadas manifestaciones de autoexaltación, procuraremos evitar los aplausos y vítores, cuyo marco adecuado no creemos que sea la iglesia. Apelamos pues, a la austeridad y el respeto.
Por contra, si aún nos hallamos en la iglesia en el momento de recogerse la virgen, no tendremos inconveniente en cantarle la salve, pues con ello no haremos otra cosa que orar. Para esto, no se nos ocurre un lugar más adecuado.
VARAS
Resulta paradójico que sea este, junto con el sudario, uno de los puestos más codiciados en los tercios. Y lo es porque muchos aspirantes a estos puestos renunciarían si conocieran realmente la carga que supone. En el caso que nos ocupa el presente capítulo, debemos empezar diciendo que los varas asumen una gran parte de la responsabilidad del desfile. Cabe decir de ellos, como del sudario, que son en cierto modo comparables al entrenador de un equipo de fútbol, pues si el desfile es bueno, suele considerarse mérito del tercio, pero si es malo, normalmente las críticas se cebarán con varas y sudario.
La norma más común es que los varas suelen asumir la jefatura del tercio, es decir, asumen la máxima responsabilidad y representan al presidente, que delega su autoridad en ellos para las cuestiones referentes al tercio. Es lo lógico, si después se les va a exigir su responsabilidad en la misma medida.
Sus numerosas funciones abarcan una serie de actividades y se desarrollan, no solo durante el desfile, sino también con anterioridad y posterioridad al mismo. En consecuencia, vamos a estudiar estas funciones siguiendo un criterio cronológico.
ACTIVIDAD PREVIA AL DESFILE
Generalmente son los varas quienes asumen la instrucción del tercio. Dirigen los ensayos en las agrupaciones que se sirven de este recurso y, normalmente, imparten las instrucciones. No hace falta insistir en la importancia de estas actividades en la formación de los penitentes.
Los varas forman también el tercio, desde el punto de vista de la distribución de los puestos, atendiendo a los criterios técnicos, pues la distribución de los penitentes es un factor que influye notablemente en el desarrollo del desfile.
Para ello deberá conocer bien al tercio, saber cuál es el rendimiento de sus integrantes en el desfile, a excepción de la incógnita que suponen los debutantes. Proveerán las hileras intentando hacer compatible el criterio de la estatura con una cierta alternancia de veteranos con inexpertos, de los más eficaces con los menos preparados, evitando con ello que determinados defectos o errores arraiguen en una hilera y esta carezca de elementos capaces de enmendar los fallos.
En esta provisión de puestos prestarán especial atención a los puestos de más responsabilidad, como sudario, punteros, zagueros y otros que precisan ser cubiertos con absoluta garantía.
Durante la última cita previa a la procesión ultimarán todos los detalles y efectuarán en el último momento, si las circunstancias lo indican, los cambios que estimen oportunos.
En este punto, causa habitual de controversia, es preciso insistir en que la disciplina es fundamental para lograr el éxito.
DURANTE EL DESFILE
Una vez que el tercio entra en la iglesia, los varas supervisan la formación, procurando que las alineaciones, calibre y la actitud de los penitentes sean los correctos para “echarse a la calle”.
En coordinación constante con el sudario, darán cuenta a este de la normalidad en las filas para comenzar el desfile. Esta coordinación, una vez en la calle, debe ser permanente, pues son frecuentes durante la procesión las consultas entre sudario y varas, y estos últimos son, a su vez, nexo de comunicación entre el primero y el tercio.
Durante el desfile, efectuarán los varas una constante supervisión del tercio, comprobando que sus integrantes cumplen correctamente con sus cometidos, haciendo las indicaciones y correcciones que sean necesarias y realizando las sustituciones que se ocasionen por posibles indisposiciones, o por bajo rendimiento de los penitentes.
En los giros es conveniente que, al menos uno de los varas, se sitúe en el punto desde el cual divise el sudario, siendo él visible por la parte del tercio que queda en la otra calle, con el fin de transmitir las señales de parada y arrancada que se producirán en caso de quebrarse el tercio. También puede ser conveniente que el vara se coloque en el punto de la variación para indicarlo a los penitentes, aunque se puede prescindir de esta ayuda, así el tercio demuestra capacidad para trazar correctamente sin ella los giros, circunstancia que valorarán y decidirán los propios varas.
En zonas “conflictivas” donde puedan producirse confusiones acústicas, se mantendrán especialmente alertados y coordinados con el sudario, por si éste requiriera alguna medida, para hacerla efectiva y para ponderar con el sudarista su conveniencia sobre la base de la disposición del tercio.
Todos estos aspectos hacen la labor de los varas muy diversa e intensa, pues deben centrar su atención en la práctica totalidad de los aspectos del desfile.
POSTERIOR AL DESFILE
Finalizado el desfile y la Semana Santa, es muy posible que la labor de los varas no haya llegado aún a su fin. Los presidentes de algunas agrupaciones, con un criterio muy acertado a nuestro juicio, recaban de los varas un detallado informe sobre las incidencias del desfile.
Es este el último esfuerzo que les depara la procesión, y supone una reflexión minuciosa sobre los aspectos más relevantes de las actuación del tercio, con una valoración de las cosas positivas y negativas, las responsabilidades concretas de los aciertos y de los fracasos, todo ello con un ánimo constructivo y con el objetivo de mejorar en los aspectos mejorables y mantener el nivel en los más positivos.
Una labor tan extensa, intensa y complicada, debe encontrar la comprensión y el apoyo del tercio, que con disciplina y austeridad, puede contribuir a hacerla más llevadera.
ALUMBRANTES
Los alumbraste, portadores de hachote, situados en dos hileras paralelas de igual número de miembros, componen la columna vertebral del tercio, el auténtico foco de atención del mismo, y es su actuación la que da la medida de la pericia del mismo.
La actuación de los alumbrar antes abarca diversas facetas que estudiaremos bajo los siguientes epígrafes:.
DISCIPLINA
Aunque este concepto se extiende a toda la actuación del penitente, vamos a enfocarlo hacia los aspectos en los que adquiere mayor relevancia.
Formación del tercio.– Como la generalidad del tercio, el alumbraste acatará las decisiones del jefe de tercio (habitualmente el vara), y facilitará su labor acudiendo puntualmente a ensayos, juntas y cualquier otra actividad instructiva para el tercio, así como a la cita previa a la procesión, por si se produjese cambios o instrucciones de última hora. Obligaciones de las que obviamente, no están exentos los restantes miembros del tercio. Dentro de los límites que el criterio de la estatura impone al formar las filas, los responsables del tercio procurarán cubrir los puestos de punteros y zagueros con penitentes de contrastada capacidad, pues hemos visto en capítulos anteriores la importancia de los mismos.
Durante la procesión se aceptarán las decisiones y sugerencias de los varas, pues son estos los que poseen una visión global de la marcha del tercio, que los capacita para resolver los posibles problemas.
En cuanto a la salida y entrada, remito al lector al capítulo conducta en la iglesia, pues son momentos en que, la actuación del penitente, debe ser especialmente disciplinada.
PREPARACIÓN TÉCNICA
Cuando se desfila con un achote, debe hacerse conociendo plenamente todas las cuestiones técnicas que afectan al puesto, que son muchas.
Empezaremos insistiendo en que no se puede albergar ninguna duda sobre las diferentes señales del sudario, dudas que, de existir, se traducirán con toda seguridad en frecuentes errores.
Hemos dedicado capítulos a alineaciones, giros, trazados, paso y al manejo del hachote. Los preceptos recogidos en ellos son de imprescindible asimilación para quien ocupa un puesto en las filas del Sergio.
No podemos caer en la tentación de consolarnos de nuestra ignorancia pensando que somos uno entre cuarenta y que, por tanto, nuestra responsabilidad es solo de una cuadragésima parte ante el posible fracaso. Basta un penitente ignorante o negligente para estropear la labor de todos los demás, frustrando una perfecta alineación, el buen trazado de un giro, etc..
Así, resulta imprescindible que cada penitente, individualmente, sea consciente de que es una pieza en el engranaje de la máquina del tercio, y que su buen funcionamiento es indispensable para el éxito general.
Quisiéramos insistir, para concluir, en que casi todo el éxito del tercio, o su fracaso, depende fundamentalmente de sus alumbrantes, que son su auténtico foco de atención., Para lograr ese éxito debemos apelar a la responsabilidad de todos sin excepción.
SUDARISTA
Hay una opinión errónea muy extendida, incluso entre profesionistas, según la cual la principal condición que debe atesorar un sudarista es la fuerza física unida, preferentemente, a una gran envergadura. Es indiscutible que una buena condición física es importante para cargar con un elemento generalmente pesado, y que por una cuestión de estética, se elija preferentemente al penitente de gran estatura para abrir la formación.
Sin embargo, reducir la problemática del sudario a un condicionamiento físico y otro estético, es ignorar la complejidad del puesto, en el que la condición técnica es claramente predominante.
No podemos olvidar que la mayoría de los estandartes van “enganchados”, lo que relega el problema del peso a un plano secundario.
Tratando los diferentes aspectos que abarca la actividad del sudarista veremos que, contra la opinión más común, esta requiere un mayor esfuerzo mental que físico.
EL PROBLEMA DEL PESO
Como ya hemos indicado, este problema condiciona en exceso los criterios aplicados para la elección del sudarista, algunos de los mejores sudaristas que han existido, y existen, no son hombres de gran fortaleza física, pero si poseedores de unos buenos fundamentos técnicos.
En primer lugar, sea cual sea el peso del estandarte, el uso del gancho, también llamado pincho en el argot procesiónil, hace posible su carga por personas de constitución física normal, sin que se requiera un esfuerzo sobrehumano.
El gancho es un simple arnés que, en su parte delantera incorpora a la altura del vientre una plancha metálica de la que sobresale un gancho del que se cuelga el estandarte, que para tal efecto, llevará en el varal la pieza complementaria al gancho macho o hembra.
Pese a su simpleza, es conveniente la práctica de la maniobra de enganche, pues no siempre resulta fácil de realizar durante el desfile. El peso del sudario puede hacerlo difícilmente maniobrable; además, el sudarista no puede mirar ostensiblemente hacia abajo para ver las piezas a ensamblar y, a todo esto, se unen los naturales nervios que atenazan con frecuencia al penitente.
Una forma muy simple de facilitar la maniobra consiste en deslizar la mano por el varal hasta colocar los dedos sobre la clavija que lleva este. Con esta referencia resulta ya muy sencillo dirigirla hacia la que portamos en el gancho, y ensamblarlas.
Huelga aclarar que los sudaristas que efectúan la señal de arrancada con el sudario alzado, pueden realizar esta maniobra estando parados, de forma que resulta mucho más sencilla que si se tiene que hacer desfilando.
Las ventajas que presenta el uso del gancho son evidentes, pues el peso se reparte sobre la totalidad del cuerpo, reduciendo considerablemente la fatiga y evitando, de este modo, el consecuente deterioro de la concentración
EL CENTRO DE GRAVEDAD DEL SUDARIO
Discutíamos, en cierta ocasión, con un inefable cofrade, sobre el peso del estandarte de su agrupación, que según nuestro interlocutor, era muy superior al de nuestro estandarte, y que suponía un martirio constante para su surrealista.
Tras proceder a alzar el controvertido sudario y caminar con él a pulso, procedimos, con la venia de sus propietarios, a desmontarlo y a volverlo a montar con una pequeña modificación: variamos la altura de la cruceta. Comprobó entonces, el atribulado cofrade, que resultaba mucho más ligero y manejable, maravillándose ingenuamente del resultado de un simple desplazamiento del centro de gravedad, cuya excesiva altura anterior le hacía ingobernable.
Con esta anécdota queremos mostrar el ejemplo de la importancia del adecuado montaje del estandarte. Una altura excesiva del centro de gravedad del mismo supone una dificultad adicional, que se agrava cuando el surrealista no va equipado de gancho.
EL SUDARIO A PULSO
A pesar de las evidentes ventajas del gancho, hay sudaristas que se niegan a usarlo o carecen de él, encontrándonos los autores en este grupo de los que prefieren llevarlo a pulso. El principal inconveniente se deriva fundamentalmente de la fatiga, ya que esta, como ya dijimos, también afecta a la entereza mental que requiere casi todas las facetas de su labor.
Teniendo en consideración el problema del centro de gravedad, anteriormente expuesto con relación al montaje del sudario, debemos decir que también la forma de coger este, sobre todo a pulso, influye de forma apreciable en la situación de ese punto y, consecuentemente, en el grado de dificultad para llevarlo. Se tendrá por norma, atendiendo a este problema, coger el sudario con las manos ampliamente separadas pues la proximidad de las mismas eleva igualmente el centro de gravedad. Llevar el sudario con las manos muy juntas puede ser casi tan difícil como llevarlo con una sola.
Para finalizar con este problema, diremos que la proximidad del varal al cuerpo es un factor positivo para el equilibrio del estandarte.
Aún después de tener en consideración estos consejos, no podemos dejar de recomendar a quien opte por prescindir del auxilio del gancho, que se someta a una buena preparación física para hacer frente, con las máximas garantías, al esfuerzo y la responsabilidad que, sin duda, exigirá de él su agrupación.
EXIGENCIAS TÉCNICAS DEL PUESTO
Esta es, indudablemente, su importancia. El sudario abre el tercio, le indica los trazados, cuando arrancar y cuando parar. Y cada penitente debe mantener una tensión constante sobre el sudario.
En este punto debemos destacar que el grado de seguridad del sudarista se transmite con facilidad al tercio, que siempre intuye o capta las dudas, titubeos o inseguridades de este, de las cuales suele contagiarse. Por contra, como también suele contagiarse del aplomo y confianza del sudarista, este factor de contagio también puede ser positivo.
La adecuada preparación física y técnica es lo que mejor puede proporcionarnos esa seguridad que el tercio espera siempre de su estandarte.
La claridad en las señales, marcadas con rotundidad y exactitud, evitarán en gran medida los fallos en el tercio. Por contra, las equivocaciones del sudarista suelen provocar el fallo generalizado.
Por ello podemos afirmar que un escrupuloso sentido de la responsabilidad es una cualidad ineludible para quien quiere llevar un sudario.
DISTANCIAS, CORTES Y ACÚSTICA
Otro aspecto a considerar es la distancia con relación al precedente en procesión, que tiene relación directa con los problemas acústicos, los cortes y los quiebros del tercio.
La distancia es un aspecto relativo pues, el fenómeno del “corte”, que siempre se intenta evitar, se valora según criterios muy subjetivos. Por tanto, en este punto, el sudarista se hace responsable ante su agrupación y su cofradía de valorar este aspecto, que choca frecuentemente, con su necesidad de obtener una acústica nítida.
Y aquí llegamos a una faceta que todo sudarista debe dominar, pues está obligado a la percepción constante de sus tambores, y no puede permitirse equivocación alguna.
Debemos salir al paso, en este punto, a las disparatadas opiniones que a menudo hemos escuchado al respecto, en el sentido de que es indiferente que pie avance con cada compás del tambor. Esta aberración, que hemos escuchado de labios de más de un veterano, nos reafirma en la opinión de que en la formación de los penitentes es una asignatura pendiente de nuestras agrupaciones. Son muchas las nefastas consecuencias de obrar, en consecuencia, con la opinión que aquí criticamos.
En primer lugar, porque el orden tiene como fundamento la asimilación de un criterio unificado. El paso es la base del orden en el desfile y no es, en consecuencia, susceptible de controversia. Si así fuera, resultaría imposible sincronizar el paso de cincuenta penitentes.
Todas las señales de sudario se estipulan sobre la base de una norma fija y, de este modo, son asimiladas por el tercio, al que no se puede desconcertar por la simple comodidad de arrancar con el pie que nos venga en gana. Recordemos que los últimos penitentes de cada fila, de respetar la correcta alineación, tendrán una visión muy defectuosa del sudario, por lo que siempre arrancarán con el pie correcto, o sea, el izquierdo, y desfilarán cambiados con aquellos que hayan seguido al sudarista en su error. Claro está que nos estamos refiriendo al supuesto en el que el sudarista arranque con el pie izquierdo en el doble del tambor, y no en el redoble, cómo sería su obligación.
También la banda de música, siempre respetuosa con la norma, desfilará, con toda certeza, cambiada con el tercio, en los casos del supuesto anterior.
Los fallos son, pues, inevitables en el tercio, cuando el sudarista no se ciñe a la norma, y de esos fallos será el único responsable.
De todo ello se deduce la necesidad de que le sudarista tenga los suficientes recursos para superar los problemas acústicos que se le presenten, y excluir las soluciones fáciles, que solo sirven para dar una imagen penosa de la agrupación.
SOLUCIÓN DE PROBLEMAS EN EL SUDARIO
Empezando por los problemas acústicos, el sudarista dispone de diversos recursos para resolverlos eficazmente. Ya en la iglesia, comienza a trabajarse en las soluciones a los previsibles problemas del desfile, comenzando por asimilar nada más comenzar este, el ritmo y sonoridad de nuestros tambores. Esto nos servirá para diferenciarlos de los de otras agrupaciones, con los que pueden entrar en confusión. Supongamos, por ejemplo, que nuestros tambores marcan un ritmo algo más rápido que los del tercio que nos precede (con lo que es frecuente la confusión), en el peligroso instante en que ambos son percibidos percibidos simultáneamente, conoceremos el nuestro por ser el primero en sonar tras el compás común. Igualmente será útil en este caso, la memorización de la peculiar sonoridad de nuestros tambores..
Pero la solución más eficaz y gratificantes de los problemas acústicos nos viene de la mano de la música. Desfilar a su son, además de motivar poderosamente a los penitentes, resulta muy práctico para quien, como el sudarista, padece la lejanía de sus tambores. Para él es muy conveniente el conocimiento de las diferentes marchas, de las cuales, algunas son especialmente indicadas para salir al paso de situaciones comprometidas.
También debe el sudarista saber diferenciar en la música las notas coincidentes con el redoble, percepción muy sencilla, si posee un aceptable oído musical.
Hay ocasiones en que apenas podemos escuchar los tambores, pero si claramente la música, que en estos casos resuelve completamente el problema.
Por último, ante un problema acústico irresoluble, se puede optar por desfilar con tambores ajenos, para lo cual, los varas harán conocer al sudarista la disposición del tercio para seguir esta opción.
Esta coordinación, entre sudario y varas, es además imprescindible durante la práctica totalidad del desfile.
Pasando al tema de las distancias, vamos a exponer las razones por las que se intenta mantener una cierta distancia con la agrupación y nazarenos que nos precede.
1.- Por estética, pues ir demasiado cerca impide al público una buena visibilidad del estandarte y una correcta panorámica del tercio, así como la filmación y toma de fotografías.
2,- Para evitar quebrar el tercio. Debemos tener unos metros de margen para prevenir una parada muy prematura de quienes nos preceden, si nosotros ya hemos comenzado a entrar en una calle. Así podremos evitar “quebrar” el tercio, objetivo que tampoco debe resultar obsesivo ni condicionante para el sudarista. Se evitará, siempre que se pueda, y cuando no sea posible, el tercio estará debidamente preparado para hacer frente al problema de arrancar y parar sin ver el sudario.
3.-Por Acústica. Es frecuente en el sudario escuchar con más claridad los tambores y música de la agrupación precedente que los propios, no es un problema grave si mantenemos una distancia prudencial. Acercarnos en exceso comprometerá seriamente la acústica.
Cuando entra en una calle, el sudarista debe tener en cuenta estas consideraciones:
1.- Nada más disponer de una óptima visibilidad de la calle, debe planificar el trazado más adecuado.Remitimos al lector al capítulo “Trazados”.
2.- Deberá evitar una excesiva longitud en el paso, pues, mientras el tercio se halle ejecutando el último giro, la fila exterior, con un mayor recorrido, puede tener problemas para seguir un paso muy largo, con posibles consecuencias negativas en las alineaciones.
3.- Si no nos queda espacio para “meter” todo el tercio en la calle, y la agrupación precedente permanece parada, contendremos la longitud del paso, en previsión de una próxima arrancada. La inminencia de ésta puede ser detectada, a veces, sirviéndonos de algún escaparate, en donde podemos ver reflejado el desfile del tercio anterior. Si esto falla, nos reiteramos en que, el quiebro del tercio, no es un problema grave.
4.- Si albergamos dudas acerca de la entrada de la totalidad del tercio en la calle, podremos conocer esta circunstancia mediante el súbito aumento en la percepción de nuestros tambores, consecuencia de su entrada en la calle, que implica que todo el tercio está dentro.
En conclusión, cuando se acepta ser sudarista, se asume la responsabilidad de actuar en un puesto que tiene una muy directa transcendencia en el resultado del desfile.
Es un puesto que no admite fallos, pues estos se transmiten en el tercio, y de ahí que no se deba acceder al sudario sin una seguridad plena, fundamentada en una completa preparación física y técnica.
BORLAS
Es un puesto considerado, comúnmente, como fácil y cómodo. Puede parecerlo si nos remontamos a la historia de un penitente que, ocupando dicho puesto, fue apodado “la bella durmiente”, por su facilidad para quedarse dormido durante las paradas, anécdota de cuya veracidad podemos dar fe.
Veremos en este capítulo que esta creencia no se ajusta a la realidad.
En primer lugar, las borlas suelen ser ocupadas por sudaristas en formación, cuando no por otros ya preparados que relevan al sudarista titular.
Cuando el puesto sirve como escuela para el sudario, Se aprovechará para estudiar los posibles problemas con el sudarista y aprender a solucionarlos.
El borla es siempre un auxiliar del sudarista. Generalmente los estandartes dejan sin visibilidad a su portador durante las paradas, debiendo ser los borlas quienes indiquen la sudarista el momento propicio para arrancar, teniendo en cuenta las consideraciones que hacemos en el capítulo dedicado al sudarista sobre distancias y acústica.
Esta condición de auxiliar hace necesario el diálogo y la compenetración entre sudaristas y borlas, considerando que la suya es una labor de equipo, parte, a su vez, de un equipo mayor que es el tercio.
Este diálogo debe ser el estrictamente necesario y ceñirse a los aspectos técnicos que surjan o se estimen previsibles. Evitar diálogos innecesarios resulta conveniente en aras de la debida seriedad, y porque dificulta dificulta la audición que normalmente es deficiente en el sudario.
La situación posicional de los borlas tomará como referencia el paño del estandarte con cuyo borde hará coincidir su hombro interior, posición que adoptada por ambos borlas, dejará al sudario perfectamente centrado entre ambos. Igualmente se cuidará mucho esta posición, de la que se servirán los punteros como referencia válida para fijar el calibre del tercio.
Sí, en sentido lateral, es el estandarte la referencia, longitudinalmente la posición se calculará a ojo, según la distancia que se estime conveniente, pero con un criterio unificado para que ambos borlas vayan debidamente alineados. Por norma general, esta posición será un poco retrasada con relación al sudarista, aproximadamente medio metro. Resulta evidente que retrasarse una mayor distancia está limitado por la longitud de los cordones de las borlas, y que tampoco resulta aconsejable, porque aumentaría el margen de error en la alineación.
En los giros y variaciones, los borlas tratarán de ejecutar estos coordinada y sincronizadamente con el sudarista, para no descomponer su alineación con respecto a este, y para no confundir a los punteros en las referencias necesarias para los trazados.
En cuanto al modo de portar las borlas propiamente dichas, estas se llevarán con ambas manos formando una ligera comba. La mano interior, más próxima al sudario, irá ligeramente más alta que la otra, aproximadamente a la altura del pecho, mientras se desfila.
En las paradas, ambas manos bajarán en posición de descanso, colocándose a la altura de la cintura.
También en este punto, es preciso que los crierios queden claramente unificados para evitar que cada uno de los borlas interprete a su manera la forma más correcta con lo cual, probablemente, las portarían de manera muy diferente.
Debemos concluir, que las borlas no es un “chollo”, ni mucho menos. Es un puesto con sus propias responsabilidades y dónde, con frecuencia, los futuros sudaristas se curten en las dificultades que, algún día, deberán afrontar.
ALEGORÍAS
Ser portador de alegorías es, en la mayoría de las agrupaciones, sinónimo de novato o de “petardo”, lo cual ha dado lugar al apelativo popular de “malditos”, que, en el argot procesionil, designa a quienes ocupan estos puestos. No creemos muy justificado este menosprecio, pues, siendo una parte más del tercio, no se debe tomar a chanza, y debemos aspirar a un buen nivel general en el desfile, que incluya a todos los penitentes sin excepción.
Lo cierto es que, sea cual sea su emplazamiento en el tercio, que varía según los criterios de cada agrupación, suelen ser las alegorías una especie de banco de pruebas para los debutantes y, en ocasiones, el castigo de los penitentes negligentes o incompetentes, no siendo muy habitual la presencia de veteranos en estos puestos.
Los portadores de banderines, insignias, cruces, faroles, etc., no deben ser ajenos a la brillantez del desfile.
Es más importante, de lo que a veces creemos, que una agrupación de una imagen de disciplina en todas las partes del tercio.
Las alineaciones que deben ser muy cuidadas en todo momento, lo serán de forma especial en las vueltas, por la dificultad que supone, para tres o cuatro penitentes, girar sin descomponer la línea recta. Las instrucciones que damos en el capítulo de las alineaciones se tendrán en consideración en estos casos.
Tampoco podemos ignorar que la capacidad y voluntad se pueden demostrar en cualquier puesto y, que una buena actuación, es el mejor medio para pasar a puestos mejor considerados y más gratificantes, además de que debemos estar bien preparados, pues nunca se sabe cuando puede surgir la oportunidad de sustituir a otro penitente en algún otro puesto.
No quisiéramos concluir sin manifestar nuestra opinión de que el penitente debe capacitarse para los diversos puestos, pues todos son importantes. El tercio es un equipo que para lograr el éxito, precisa de la voluntad y acierto de todos.